Actualmente el modelo de consumismo que ejercemos es uno de los problemas con consecuencias medioambientales más graves. Vivimos en una sociedad que nos crea necesidades ficticias de productos continuamente. Para fabricar todos esos productos se invierten ingentes cantidades de recursos naturales y energía. Consumimos mucho más de lo que verdaderamente necesitamos y eso deja una huella ecológica muy importante que ya se está manifestando, según un sector de la ciencia, en el conocido cambio climático.
Al final de la cadena de consumo generamos numerosos residuos que si bien son tratados como “basura” son bienes aprovechables. Hace no demasiado, los desechos no suponían un problema. Eran escasos y apreciados para construir juguetes, marionetas u otros objetos. Los residuos orgánicos se utilizaban para alimentar animales domésticos o abonar la huerta familiar. En los últimos años esto ha cambiado y esta acumulación de derroche en la que vivimos se traduce en problemas ambientales y sociales.
Ante esta situación aparece el reciclaje como respuesta. Aunque popularmente siempre estuvo presente, fue en el siglo pasado cuando la “basura” traspasa los límites de lo doméstico y pasa a ser materia para el trabajo artesano. Mas tarde, de la mano de la artesanía, viene el diseño y también entra en museos y galerías de arte a través de vanguardistas.
Se pretende que la manipulación de elementos recuperados despoje al objeto de su uso originario para ser lámpara, escultura, marioneta... o cualquier otra cosa que le de una nueva vida útil. Sin olvidar que el reciclaje creativo ha de ser crítico con un sistema basado en el consumo recordando aquello… reciclarse o morir
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